Otra vez, todo se rompe con brusquedad, de forma arrolladora,
te golpea y te das cuentas de que todo ha terminado, las lágrimas llegan a tus
ojos, todavía no has tenido tiempo en pensar, donde nos hemos equivocado y como
no lo vi antes, solo tienes dolor, un vacío inmenso.
El estómago se cierra y la mente se abre, a mil preguntas,
con un millón de porqués, estas tan herida, que no sabes reconocer el que fue,
el único, el más grave, el detonante y
en qué momento sucedió.
Consigues calmar el llanto un instante y te quedas mirando
al vacío como ausente, pero solo son tus ojos los que están vacíos, por tu
cabeza pasan cientos de imágenes felices, la mente en su sabiduría los recoloca
hasta la última, viendo a cámara lenta como has llegado hasta ahí.
Entonces sin lágrimas, te haces un cuatro en el sofá, con
tu almohada favorita, encima del estómago como intentando no dejar escapar tu último
suspiro, tu esencia y mitigar ese vacío, ese dolor, que te agujerea por dentro.
Luna Soler
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