Bien,
mire el reloj, me quedaba media hora larga para comprar un par de revistas y
tomarme
un café. Me acerque a la tienda de periódicos;
-¿me
cobra?- dije extendiendo la mano con un billete de veinte euros.- estas
revistas y
un
paquete de chicles de sandía, por favor.
Pensé
si merecía la pena pasearme por la tienda del aeropuerto, me encantaba mirar
los perfumes libres de impuestos, reprimí la idea, andaba muy justa de tiempo,
mejor me tomaría un café, teniendo en
cuenta que el avión no servía nada, un café bien cargado y algo de chocolate
que me calmara el estómago.
Busque
la cafetería más cercana a mi puerta de embarque, mientras esperaba
la
cola para pagar, cogí una chocolatina con avellanas, pensándolo mejor cogí
otra, en ese momento levante la mirada, vi un hombre que estaba sentado solo en una mesa, justo donde
daba mi ángulo de visión. Su pelo algo canoso, le hacía parecer más mayor, pero
no debía llegar a los treinta y siete, ojos claros, tez tostada, complexión
atlética, ¿sonreía? Parecía haberle hecho
gracia, que cogiera la segunda chocolatina, le devolví la sonrisa, sin darme
cuenta. Volví a mirar en su dirección, cuando pase por caja. Quería ver si
había una mesa cerca, estaba leyendo el periódico, era atractivo, su cara, su mirada
me parecía amable, un hombre que se sabe guapo, pero sin ser creído. Según iba
a la mesa que había a su lado, un matrimonio se cruzó conmigo, cuando mire de
nuevo, ya no estaba, mire alrededor, nada. Con cara de desilusión me senté a
tomar mi café.
Valla
se complicaba la mañana, mi vuelo se retrasaba media hora, con respecto a la
hora de embarque. Bueno iba con tiempo de sobra, no debería ponerme nerviosa, decidí hojear un poco la revista, mientras
mordisqueaba la chocolatina. Veinticinco minutos después nos llamaron para
embarcar. Mire la cola de embarque, no vi a mi sonriente amigo, lastima estaría
esperando otro vuelo.
Fila 17, ventanilla, en el asiento contiguo, estaba sentada una
mujer de unos cincuenta
años,
a la que la única pega que le podría poner, es que se había bañado en perfume,
no
precisamente
fresco, se levantó amablemente para cederme el paso, después de guardar el equipaje de mano. Di un poco el aire, me
agobiaba el que la gente se agolpara en un espacio tan pequeño, me obligue a respirar
tranquilamente. Seguro que leer un poco me aliviaba hasta el despegue, cuando
ojeaba la revista, oí una voz masculina;
-perdone,
creo que esta en mi asiento.
Tanto
la mujer que estaba a mi lado como yo, levantamos la mirada, la mujer se puso
nerviosa,
yo pensé.- es el.- sonreí para intentar no poner cara de tonta, y no dar
saltitos
de
alegría, se iba a sentar a mi lado, no me lo podía creer, mientras la señora,
buscaba
su
billete, el volvía asegurarse de que era su asiento, incluso juraría que me
echo un
vistazo
a mí y la última chocolatina que tenía encima de la mesita, que de momento no
me había comido.
¿eso
era otra sonrisa? se acercó la azafata, comprobó los asientos y confirmo lo que
mi hombre sonrisa había dicho. La mujer perfume se levantó, saco su equipaje de
mano y se trasladó a la fila 27 que era la suya.
Yo
observe con disimulo, como mi compañero de viaje se quitaba la cazadora, la
guardaba
en el departamento de arriba, miraba su teléfono y se sentaba.
Llevaba
una camisa blanca y unos Dockers de color camel, hoy no se había afeitado, y
sus escasas canas, parecían colocadas estratégicamente entre su cabello. Estaba
tan absorta observándole que no me di ni cuenta de que me saludaba, menos mal
que mi escrutinio estaba ya en sus zapatos cuero italiano;
-buongiorno.-
dijo, clavando sus ojos, directamente en los míos.
Su
voz sonaba varonil, pero no excesivamente profunda o ronca. Saliendo de mí
abstracción,
conseguí devolverle el saludo;
-buongiorno,
hola.- dije con una sonrisa tímida, me había tomado por italiana.
Luna Soler
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