Ojos Hambrientos.Capitulo 1

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Estar en casa de mis padres, que estuviera tan silenciosa,  estar guardando sus cosas, me obligaba a recordar los momentos vividos allí, con ellos, hacía que aumentara mi dolor.
Hacía varios años que mis padres vivían solos, desde que me fui a Madrid, por cuestión de trabajo, encontrar mi espacio e intimidad, alejarme un poco de su sobreprotecionismo, hizo que los visitara muy poco, comportamiento que hacía, que ahora me sintiera un poco culpable.
Todo lo que había en la casa, me resultara todavía familiar, envolvía en papel, las cosas que les habían pertenecido, jarrones, copas, cuadros, entre en su dormitorio, encontré el joyero antiguo, que tantas veces vi abrir a mi madre,  examine las joyas como si fueran a romperse, el  par de relojes de mi padre, siempre le habían gustado fuera de lo común,  en eso me parecía a él, siempre los llevaba de hombre, deslice uno por mi mano, me pareció verlo puesto en la suya, cerré con mimo el joyero y lo guarde en mi bolso, no sin antes colocarme el anillo de mi madre, lo había visto en su mano desde que tenía uso de razón. Una sortija de plata con una enorme Turquesa, ahora de color verdoso, como si notara la falta de calor, que ella le proporcionaba, una lagrima cayo por mi mejilla, respire hondo  y volví al salón.
Mire los marcos de fotos que tenía encima de la mesa, en una de esas fotos, estábamos los tres, yo debía de tener 9 o 10 años, reía e intentaba zafarme ellos porque me hacían cosquillas. Me parecía imposible, me lleve las manos a las sienes, me estallaban. Había hablado con mi madre la misma mañana del accidente;
-hola cariño, ¿cómo va el resfriado?
- hola mama, ya estoy bien, ¿cómo lleváis las maletas?
-tu padre está preparando los últimos detalles, ya le conoces…
-si.- no pude evitar sonreír.
- parece que más que irnos un par de semanas a Gijón, nos fuéramos a Islandia.
-ten paciencia, te tengo que dejar mami, desde el trabajo no puedo hablar, tener buen viaje, os quiero, llamar cuando lleguéis ¡he ir despacio!- dije cariñosamente.
-de acuerdo cariño, cuídate, no te preocupes, un beso muy fuerte, ya nos dices si te
reúnes con nosotros el fin de semana, te quiero.

La había llamado desde la tienda y mi jefa me miraba insistentemente, por hablar por
teléfono y corte la llamada con rapidez, sin saber que sería la última vez que
hablaría con ella, las lágrimas volvían a caer.
A las tres horas de esa conversación te llama la guardia civil de tráfico;
-Sta. Daniela Barcala?
-sí, dígame.- hay un silencio, preguntas...- ¿Quién es?- el corazón te da un vuelto, el
terrible presentimiento de que algo va mal, se adueña de tu cuerpo.
- le llamamos de la Guardia Civil de tráfico, soy el Capitán González,  le informo que habido un accidente, sus padres se han visto implicados, han sido trasladados a un hospital de León. ¿Podría desplazarse hasta aquí?

Te quedas bloqueada, en blanco, tu cuerpo tiembla. Son tantas las cosas que pasan por
tu cabeza, en esos segundos, que por la boca solo consiguen salir unos balbuceos;
-¿mis... mis padres… mis padres es... tan bien?
Oyes, sin percatarte el suspiro que suelta la otra persona al otro lado del teléfono,
cuando vuelves a vivir el momento en tu mente, recuerdas que fue un sonido de
incomodidad y angustia.
- Señorita, están ingresados en el Hospital San Juan, de momento no puedo
facilitarle más datos. Habrá una pareja de Guardia Civil esperándola en el Hospital.
Oyes que el teléfono se cuelga y tú te quedas con el móvil en la mano y las preguntas se
agolpan en tu cabeza ¿estarán bien? ¿Por qué no ha podido darme más datos? ¿Qué
tengo que llevar? ¿No me ha pedido nada? ¿Cómo llego hasta allí? Lucia me prestaría su coche ¿Habrán provocado ellos el accidente? ¿Habrá algún muerto? Y nuevamente  ¿ellos estarán bien?
Lo que paso a continuación lo recuerdo como una cadena de sucesos, en los que yo
estaba presente y ausente a la vez. Lo primero a lo que tuve que enfrentarme fue pasar
por el mismo lugar donde había sido el accidente. La A66, estaban retirando un coche,
por suerte no era el de mis padres. Pude ver fragmentos todavía por el suelo, incluso la barrera de la mediana estaba desplaza. No pare, ellos no estaban allí.

Una vez en el Hospital, me informaron de que mis padres habían fallecido en el acto, un
vehículo se había saltado la mediana, casi a doscientos por hora, el conductor se había
quedado dormido. Identifique los cuerpos de mis padres, mi último gesto de valentía,
quería verlos por última vez. ¿Una despedida? no lo sé, insistieron que no era necesario que los viera, verles el rostro inerte, estropeaba el recuerdo de ellos en vida, según me dijeron,  a mí no me ocurrió.
El resto fue rápido, el traslado de los cuerpos, posterior velatorio, aguantar en soledad esos momentos de consolar y recibir consuelo, más tarde el entierro, son instantes borrosos.

El timbre de abajo sonó,  me saco de mis pensamientos.  Abrí la puerta a mi tía Paula, nos fundimos en un fuerte abrazo. Entre lágrimas, historias de recuerdos, risas, acabamos de envolver las cosas  que mi tía quería llevarse en el coche. El resto se lo llevaría la mudanza por la tarde;
-¿qué vas hacer ahora? ¿Estas segura de que quieres vender la casa, Daniela?
¿Cariño dónde vivirás si en algún momento te planteas volver a Salamanca?- me pregunto mi tía, mientras arrugaba un trozo de papel, en su interior se sentía bien ejerciendo de madre, ahora que mis padres habían muerto, se sentía en la obligación.
Yo  era una mujer con independencia económica, de momento mi dolor me negaba mantener cualquier lazo que me enganchara a los recuerdos… a mis padres. Lo que quería de ellos ya lo llevaba en mi corazón, yo, era ellos.
-en mi vida actual, no hay la más mínima posibilidad de que venga a Salamanca. No
quiero, como decirlo… no quiero que la casa me obligue a venir y ver como se
desborona, porque mis padres ya no están en ella. Sus recuerdos los llevo conmigo.-
mire el anillo.- y me bastaría ir a tu casa para ver lo que les perteneció, estoy
segura, quiero venderla.
Mi tía asintió con la cabeza, tenía entre las manos un portarretrato, se levantó para
acercarse a mostrármelo. Ambas sonreímos;
-eres igual que tu madre.- dijo mientras pasaba su mano entre mi cabello rojizo y
rizado.- la nariz redonda y los ojos verde claro, son de tu padre, pero no me puedes
negar que el resto es familia González al completo.
Tenía razón, sonreí, era la viva imagen de mi madre en la foto parecíamos hermanas, la
imagen no debía de tener más de dos años, altas, cuerpo fibroso y atlético nuestras
buenas horas de gimnasio nos costaba, ella  todavía se cuidaba más que yo, había
conseguido disimular sus pecas. Melena salvaje por mi parte, ella la domino, llevando el
pelo muy corto, era lo único que nos diferenciaba.

Me levante de la silla y abrace a mi Tía, esa foto volvió conmigo al apartamento que

tenía en Madrid. Al final incluí mi juego de café favorito y alguna cosa más que llenaron el coche.

Luna Soler

Luna Soler

Escritora

Soy Luna Soler. Una escritora novel con muchas inquietudes y muchas cosas que contar, algo tímida, inconformista y soñadora empedernida. Como mi nombre indica: luna y sol, sol y luna. Contraste en estado puro.

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